martes, 17 de diciembre de 2013

Cuento erótico SORPRESA EN LA CIMA

No podía creer lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. ¿Sería una alucinación debido al cansancio? Cerró los ojos y respiró profundo. Volvió a abrirlos y sí, ahí estaban. Absolutamente abstraídas del mundo exterior, como si solo existieran ellas dos sobre la faz de la tierra. Y eso casi era verdad, porque salvo Sergio, que se encontraba allí por una completa casualidad, no era probable que hubiera ningún otro ser humano en muchos kilómetros a la redonda.
Acostumbraba a escalar la montaña al final de la tarde, pero justo hoy tuvo que cambiar su rutina debido a una inoportuna reunión de trabajo. No quería dejar de entrenar ni un solo día, pues se preparaba para una carrera de montaña en Europa, y como el único momento que le quedaba libre eran las primeras horas de la mañana, se levantó temprano y emprendió la subida.
Al llegar a la cima, oblicuamente bañada por el tenue sol de las 8 de la mañana, se encontró con una agradable sorpresa. Dos mujeres completamente desnudas, una rubia y otra morena, estaban echadas sobre una manta colocada sobre la hierba, con sus cuerpos entrelazados y sus bocas fundidas en un beso que parecía interminable. Alrededor se veían las ropas deportivas de ambas, tiradas de cualquier modo aquí y allá, evidenciando que lo que estaba viendo debía ser el resultado de un arrebato de pasión totalmente imprevisto, tal vez bajo el influjo de ese oxígeno tan puro que se respira a esas alturas.
Trató de imaginar lo que había sucedido. Las chicas no debían ser demasiado amigas, y lo más probable era que estuvieran subiendo juntas la montaña por primera vez. Con seguridad, ambas eran heterosexuales y nunca antes habían tenido sexo con mujeres. “Siendo así, podrían estar dispuestas a admitir a un tercero masculino”, pensó, mientras contemplaba cómo la morena movía su lengua por el estómago de la rubia, rumbo a su entrepierna. Pero no parecía tan apurada por llegar a su destino como Sergio hubiera deseado. Se concentró un buen rato en el ombligo y a él, mientras observaba los senos pequeños y firmes de la otra chica, con los rosados pezones totalmente erectos por la excitación, se le ocurrió que ya mientras subían, debían haber experimentado los primeros síntomas de una inesperada atracción.
La mente de Sergio se desbocó: la morena, que venía detrás y tenía todo el tiempo ante sus ojos el prominente trasero de la catira, bien ceñido por la tela de la licra, debió haber sentido un inexplicable impulso por agarrarlo y hundir sus dedos en él. Y en algún momento en que la que iba adelante se detuvo y esperó a su compañera, que estaba algo atrasada, pudo tener desde arriba la visión del nacimiento de sus abultados senos, que la escotada camiseta era incapaz de contener. Entonces le pasaría por la cabeza la fugaz imagen de su cara hundiéndose entre ellos y de su boca chupando el sudor un poco ácido que debía cubrirlos.   
Ciertamente, ambas debían haberse escandalizado ante esas fantasías completamente involuntarias, y hasta procurado pensar en otra cosa. Pero al llegar arriba y experimentar ese subidón de energía que produce el haber alcanzado la cima, de repente se habrían quedado una frente a la otra, mirándose como hipnotizadas, tal vez fingiendo al principio que nada estaba sucediendo, mientras los ojos verdes de la rubia se clavaban en los negros de la otra, y la excitación iba haciendo más y más presa de sus cuerpos.
Imaginó que en un momento ya no pudieron más y como fieras saltaron una sobre la otra, los labios rojos y llenos de la morena casi devorando la boca pequeña y rosada de la rubia, y las ropas fueron saltando por los aires, a medida que cada una procuraba dar rienda suelta a sus fantasías de la subida. Así, imaginó que la morena halaba hacia abajo la licra de la otra, para desnudar su trasero y echando rodilla en tierra, comenzaba a besar y morder las blancas y abultadas nalgas, a la vez que las oprimía con sus manos. Luego se invertirían los papeles y la rubia sería quien de un tirón sacaría la camiseta de su compañera, dejando al descubierto su pecho, que contemplaría por unos segundos con gula, antes de hundirse entre los generosos senos, coronados por pezones grandes y oscuros.
Un coro de gemidos lo hizo reaccionar y darse cuenta de que, por estar imaginando lo sucedido antes, se había estado perdiendo lo que sucedía justo en ese momento. Prestó atención justo a tiempo para ver a las dos chicas abrazarse con ternura, intercambiar una sonrisa de complicidad y ponerse de pie, en busca de sus ropas. Lamentándose de su estupidez, aún alcanzó a admirar sus hermosos cuerpos desnudos unos momentos más, antes de que se vistieran y se dispusieran a emprender el descenso.
En ese momento la rubia lo vio, e hizo un gesto a la otra en su dirección. Sergio se quedó paralizado, mientras la morena lo miraba de arriba abajo con descaro, deteniéndose especialmente en el bulto de su entrepierna, que la licra no lograba contener, y se encogía de hombros, como apenada.
-Será para la próxima -le gritaron entre risas, cuando ya habían comenzado a bajar.
“¿Cómo es posible ser tan idiota?”, se lamentó Sergio y recogiendo su mochila, emprendió también el descenso, con la esperanza de alcanzarlas y tal vez lograr conseguir la vaga promesa de un próximo encuentro en la montaña.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Vivian Stusser habla de sus novelas (entrevista)

Esta es una entrevista que me hicieron vía Internet y que apareció recientemente en una revista local acá en Venezuela, llamada Código de barra. Como no está online, la reproduje aquí  tal cual fue publicada y coloco la misma foto que ellos usaron. Es basicamente acerca de Piel de naranja, aunque tambien hay sus referencias a Bisexual. Espero que la disfruten.
 

¿Desde cuando escribes con este género de novela y por qué 
empezaste a hacerlo?
 
Desde hace unos ocho años, cuando comencé a escribir mi primera novela, Bisexual. No planifiqué escribir erotismo, simplemente sucedió. Se me ocurrió una anécdota para una novela y a medida que escribía, la historia iba necesitando del sexo para poder contarse, así que lo utilicé, una cosa llevó a la otra y resultó no solo erótica, sino sumamente atrevida en sus planteamientos. Luego la segunda, Piel de naranja, siguió el mismo camino, pero esta vez fue más premeditado. Ya había probado el género y me había sentido cómoda en él. Había decidido que sería erótica desde el principio.
 
¿Cuánto tiene de autobiográfica tu novela?
 
Si la pregunta es si estoy narrando hechos que me ocurrieron a mí, la respuesta es no. Sin embargo, sí admito que puedo haber utilizado de manera indirecta algunas experiencias personales, no necesariamente exactas a las narradas allí, pero que pueden tener en común con ellas determinadas reacciones, y mecanismos emocionales para producirse. Traté de usar una situación que puede considerarse extrema, pero en la cual cualquier lector puede encontrar un espejo para entender determinados aspectos de su vida, sin necesidad de estar viviendo exactamente el mismo caso. También, obviamente, utilicé mis conocimientos de Psicología y terapia, sin que eso signifique que el personaje que encarna al psicólogo sea basado en mí. Una novela, aunque sea de ficción, siempre toma insumos de muchas fuentes, y una de ellas es siempre la propia experiencia del autor, sin por ello tener que considerarse autobiográfica.
 
¿Con cuál capitulo te identificas más?
 
Me gusta mucho ese en que la protagonista hace un recuento de una serie de experiencias amorosas pasadas, viéndolas a través de un nuevo prisma y descubriendo el modo en que había malinterpretado las cosas para no entrar en contradicción con sus creencias. Es una escena clave en la novela, marca una de las fases del cambio de Sandra hasta tomar consciencia total de lo que sucede en su vida.
 
¿Se podría decir que tu novela es una novela "rosa"?

Para nada. Todo lo contrario. Ni los personajes, ni las situaciones, ni siquiera la solución final responden a esos estereotipos ampliamente usados en la Literatura, que es lo que a mi entender caracteriza a las novelas llamadas “rosa”. Ni siquiera la consideraría romántica, aunque haya sentimientos amorosos en ella, yo diría que antes que nada es una novela profundamente humana.
 
¿Se trata de una novela para hombres, para mujeres o para ambos sexos?
 
Para ambos, definitivamente. Pudiera pensarse que la perspectiva es femenina, pero yo he escuchado varias opiniones de lectores hombres que se han visto reflejados en el personaje masculino, y también de otros que se han puesto incluso en la piel de la protagonista mujer y entendido a través de ella situaciones de su vida. Creo que cualquier persona que viva o haya vivido en una relación complicada puede encontrar algo de interés en esta novela, aunque no haya experimentado una situación de esa magnitud.  
 
¿En esa novela cabe de todo?
 
Yo cuando escribo no me pongo límites. Tengo que contar una historia, y todo lo que sea necesario para desarrollar la trama, será utilizado. Y creo que precisamente por el hecho de estar plenamente justificado nunca resultará excesivo, por muy fuerte que algunos lo puedan considerar.
 
¿Hay algo de violación en esa novela o algo de violencia sexual?
 
Creo que hay violencia, pero no violación. Creo que el sexo es siempre de algún modo consentido, e incluso, a veces, la misma violencia que lo antecede, pero eso forma parte de la idea que la novela quiere transmitir, y el modo en que somos responsables de las situaciones en que nos encontramos. Sí hay algo de violencia sexual en algunos pasajes, pero en general trato de alejarme de esa lectura de la violencia si se quiere estereotipada, en la que hay una víctima y un victimario plenamente identificados. Como ya dije antes, no hay estereotipos en esta novela.  
 
¿La violencia sexual es buena o es mala? ¿Cómo lo ves tú?
 
Siempre depende del contexto. Si hay consentimiento y ambos participantes han decidido entrar en el juego libremente, podrían disfrutarla. Si hay alguien sufriendo por ese motivo, no puede considerarse nunca algo positivo.
 
¿Todo puede ser consentido o hay cosas que es mejor no consentirlas?
 
Toda persona debe tener claro qué es lo que quiere en su vida y aceptar solo aquello que le dé satisfacción. A veces se consienten las cosas por los motivos equivocados, y hasta podemos creer que las disfrutamos, pero cuando nos sinceramos con nosotros mismos y comprendemos qué era lo que nos hacía permanecer ahí, tenemos la posibilidad de decir “no” sin miedo y sin sentirnos culpables.
 
¿El sexo debe ser abierto o cerrado?
 
Eso depende del gusto y el deseo de quienes lo practiquen. No hay recetas, lo que le funciona a una pareja puede no funcionarle a otra y eso no significa que esté bien o mal a priori.
 
¿Hay muchos huecos en esa novela?
 
....no entiendo muy bien la pregunta. Aquí creo que estás hablando de Bisexual. En fin, los huecos son lo que la madre naturaleza nos dio, todos tenemos los mismos y la diferencia es el modo en que los utilizamos. Otra vez depende del gusto de cada cual y eso incluye a mis personajes. 
 
¿Se vende bien la novela erótica?
 
Sí, aunque no tanto como me gustaría. Creo que todavía hay prejuicios que vencer, aunque las mentes se van abriendo poco a poco. También hay mucho erotismo de mala calidad pululando por ahí y eso le hace daño al género. Pero sí, Bisexual en su edición impresa, tuvo buenas ventas en Venezuela, ahora en Amazon se sigue vendiendo a nivel internacional, y Piel de naranja, que solo se ha vendido en formato digital, ya va moviéndose poco a poco. La autopublicación requiere de mucha publicidad en las redes sociales; al no estar apoyada por ninguna editorial, debe hacerla el mismo autor y esto lleva mucho tiempo y esfuerzo. Pero se está abriendo un camino muy interesante por esa vía. 
 
 
Encuentra más información sobre mis novelas aquí: 
 
 

jueves, 19 de septiembre de 2013

Relato erótico: CON LA ROPA PUESTA



Se veía que era muy joven, pero tenía una forma de moverse que no dejaba lugar a dudas de sus intenciones. Aquella chica quería guerra, y si de él dependía, la iba a tener.
Un rato antes la vio entrar a la discoteca completamente sola, y parándose delante de la pista, echar un vistazo alrededor. “Debe estar buscando a alguien”, pensó Luis, decepcionado, pues de nada más verla (con su ceñido conjunto de short y camiseta corta de licra que tan bien se amoldaba a sus curvas generosas, dejando ver por todas partes retazos de aquella piel morena que se adivinaba tersa y sedosa), su cabeza ya se había llenado de tentadoras imágenes.
Entonces la mirada de aquellos ojos negros de largas pestañas se detuvo justo en él. La chica contempló por unos segundos su rostro y luego, con todo desparpajo, lo recorrió de arriba a abajo de un modo que lo hizo sonrojar. Luis todavía no entendía que había sido el elegido cuando ella hizo un gesto como asintiéndose a sí misma y se encaminó hacia él con determinación, lo tomó de la mano y sin mediar palabras, lo arrastró a la pista.
Aún sin poder creerse su buena suerte, la siguió y cuando al llegar al centro ella de inmediato comenzó a mover sus caderas al ritmo del reggaeton, él se le arrimó por detrás y colocando la mano sobre su cintura, comenzó a seguir sus movimientos. Nunca antes había bailado ese ritmo -de hecho entró a la discoteca acompañando a un amigo que quería chequear si una chica que le gustaba estaba allí- pero no le fue difícil captar la esencia del baile, que era muy sencillo: ella movía la cintura a la vez que frotaba su trasero contra su pelvis y él solo tenía que colocar las manos sobre sus caderas y corresponder a sus movimientos.
Pero había un problema con el que no había contado. Una vez que las nalgas de la muchacha comenzaron a rozarlo, su miembro comenzó a endurecerse sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Se cortó un poco, pensando que ella se molestaría, pero notar su erección la hizo arreciar sus movimientos, apretándose todavía más contra aquella dureza.

No podía creer  lo que estaba sucediendo. Veía a su alrededor a otras parejas bailando, y aunque los movimientos eran similares, ninguna chica parecía tan atrevida como la suya, que ahora se estaba doblando por la cintura y proyectaba su trasero como si lo estuviera invitando a un coito al estilo perrito. No se hizo de rogar y correspondió con los movimientos requeridos, mientras escuchaba la letra de la canción.  

               Hagamos el amor con la ropa
               siente la pasión del reggae
               cuando tu apretada me roza 

               y yo a ti te rozo a la vez.  

Y así era, en efecto. Los movimientos y las actitudes eran los mismos que si estuvieran teniendo sexo, solo la ropa impedía que pudiera consumarse el acto. Y era eso precisamente lo que lo hacía más excitante. Luis entonces dejó su mente volar y comenzó a imaginar cómo sería si estuvieran desnudos. Mentalmente se bajó su pantalón, mientras ella hacía lo propio con su licra,  dejando al descubierto unas nalgas redondas y macizas entre las que se hundía la tira de un minúsculo hilo dental rojo. Desenfrenada, se despojó también de la ropa interior, e inclinándose más aún, puso las manos sobre el suelo, alzó las piernas y las colocó a ambos lados de las caderas de Luis, que al ver su sexo abierto ante él no pudo hacer otra cosa que penetrarla, mientras con las manos la sostenía por los muslos. La chica, al sentirlo en su interior, arreció los movimientos vibratorios a la vez que empujaba su pelvis más y más contra él, que se hundía más y más dentro de ella. 

Siento una energía
que yo ya no puedo operar
es algo que me controla
y quiero más, más
de tu seducción
amor, amor…
No te detengas… 

Ya para Luis no había nadie más alrededor, solo sus dos cuerpos desnudos ensartados y moviéndose al ritmo de la música. Ni siquiera se fijó en su amigo que, al no encontrar a su chica vino a buscarlo para irse y al verlo tan concentrado, optó por marcharse solo.
Al terminar esa pieza reaccionó y volvió a la realidad, pero con la siguiente canción todo volvió a comenzar. La chica no se despegó de él en toda la noche. En varias ocasiones -cuando su fantasía, acompañada del descarado contacto físico, elevaba su excitación al máximo- Luis estuvo a punto de dejarse ir, pero siempre logró controlarse, pensando en otra cosa. En una ocasión, ella de un empujón lo obligó a acostarse boca arriba sobre la pista y colocándose de rodillas a ambos lados de sus caderas, se sentó sobre su pelvis y comenzó a moverse en círculos. Era demasiado provocadora y lo miraba con tal lascivia, que para él era obvio que lo deseaba y mucho. Estaba seguro de que esa noche acabarían en la cama y la música que escuchaba no hacía sino confirmárselo. 

                    Tu cuerpo me llama
                    yo sé que te mueres de las ganas
                    de tenerme en tu cama. 

Revisó mentalmente sus bolsillos, no tenía suficiente efectivo. Si iba usar tarjeta tendría que ser un hotel más caro. Pero bueno, la ocasión merecía la pena. Volvió a recrearse mirándola e imaginando desnudos los senos que ahora se apretujaban dentro de la tensa tela de su blusa, y a veces llegaban a rozar su cara. Los imaginaba firmes y llenos, de grandes y oscuros pezones, que él haría endurecer al deslizar su lengua por ellos.               
                   
                   Me desespero… 
                   Quisiera, sentir tu cuerpo, eh, eh 
                   Es el momento de venir a mí, 
                   no pierdas más tiempo...
  
Ya pasaba de la medianoche. Al terminar una canción, la muchacha por fin se detuvo, miró su teléfono y volviéndose a él, por primera vez le dirigió la palabra.
 
-Tengo que irme. ¿Volverás mañana? –le dijo, casi dando por sentado que la respuesta sería positiva.
Luis se quedó de una pieza.
-Pero… Yo pensé que querías que… siguiéramos la fiesta en otra parte.
Ella lo miró como si de un insecto se tratara.
-¿Estás loco? Allá afuera me está esperando mi novio, que viene de trabajar.
Luis no lo podía creer.
-¿Entonces todo lo que pasó entre nosotros no significó nada?
Ella primero pareció sorprendida, luego sonrió, burlona.
-¿Tú como que es primera vez que bailas perreo?
Luis, que ya comenzaba a comprender la magnitud de su error, asintió a la vez que se sonrojaba. La muchacha lo miró, compasiva.
-Tranquilo, es normal que te confundas al principio, ya te acostumbrarás.
Él sonrió con timidez.
-Oye, pero déjame preguntarte algo. ¿Tú novio sabe lo que haces aquí adentro?
-Claro, él sabe que estoy buscando pareja para un concurso de reggaeton que hay el mes que viene. Voy todos los años con él, pero esta vez está demasiado complicado con su trabajo.
-¿Y por qué yo?
-Tienes la estampa perfecta y resultó que lo haces bastante bien, solo te falta práctica para ajustar algunos detalles como… controlar algunas respuestas físicas. Vuelve mañana y seguimos practicando, ¿sí?
Luis asintió casi sin darse cuenta, entonces ella sonrió y dándole la espalda, se alejó en dirección a la entrada. La siguió con disimulo y la vio saludar a un tipo, con un físico bastante parecido al suyo, que la abrazó y la condujo afuera.
Salió tras ellos y los vio montar un carro moderno y besarse allí dentro largamente. “Así que ese es el afortunado que va a apagar todo ese fuego”, pensó. Mientras el hombre ponía en marcha el motor, ella se volvió y sonriéndole, cerró uno de sus hermosos ojos en un guiño significativo.

martes, 27 de agosto de 2013

Relato erótico EL PIBE: "Así vocé me mata"


 El Pibe 

“Mimosa, mimosa, así vocé me mata…”. Todo el tiempo repetía la misma coletilla, que luego supimos era su versión muy particular del último hit de un cantante de moda brasileño, que él escuchaba todo el tiempo por el celular. La melodía era realmente pegajosa y todos en el hotel terminaron repitiéndola también, a fuerza de escuchársela.

El chico tendría unos veinticinco años, y aunque viajaba solo, siempre se lo veía acompañado, pues no desaprovechaba la oportunidad de establecer un diálogo con cualquiera que hablara su idioma y mostrara el más mínimo interés por él, aunque solo fuera un saludo de cortesía, o un comentario al pasar. Con su escaso vocabulario y una sintaxis verbal bastante limitada (que de primer impacto le hacía parecer un angloparlante que no dominaba bien el español), les contaba a quienes se quedaran a escucharlo que era argentino y trabajaba como obrero en la industria automotriz de su país. Había ahorrado todo el año, haciendo muchas horas extraordinarias, para poder pagarse al fin aquel soñado viaje a Cuba. Y para reafirmar su admiración por el  Ché Guevara y de paso hacer bien evidente para todos su cortedad de luces, se dejó aconsejar por un grupo de cubanos que trabajaba en la playa (siempre a la caza de turistas incautos) y terminó pagando porque le estamparan en la espalda un inmenso tatuaje con el rostro de ese personaje sobre el fondo de una ondulante bandera cubana.

Pronto se convirtió en un personaje pintoresco de aquel hotel de Varadero, en el que un heterogéneo y multinacional grupo de turistas había convergido en aquellos días tempranos de enero, para ser sorprendidos por el primer frente frío de la temporada invernal cubana, con una temperatura entre los 15 y 20 grados y constantes ráfagas de un viento del norte helado y cortante, que obligaba a los pocos que se atrevían a acercarse al mar a protegerse con gruesos abrigos. Ya todos se referían a él como “El Pibe” y la mayoría lo toleraba por un rato y luego buscaba el modo de librarse de él. Algunos lo admitían en sus grupos y se divertían haciéndolo blanco de inocentes burlas (qué era evidente que no lograba captar) y solo unos pocos lo detestaban francamente.

Entre estos últimos se encontraban un par de chicas mexicanas a las que él se dedicó con más vehemencia que al resto. Al principio coincidieron en varias actividades, como las prácticas de buceo, un viaje en yate y una visita dirigida a una emblemática cueva de la zona. Luego él insistía en unírseles todo el tiempo, ya fuera para las comidas, para los eventuales tragos en el bar del lobby o en la terraza (muy frecuentados, ante la imposibilidad de bañarse en el mar) o para presenciar los espectáculos nocturnos que se ofrecían en las instalaciones el hotel. Ellas intentaban escabullirse, pero él siempre las encontraba y como su simplicidad le impedía notar su displicencia, no había manera de zafárselo. Terminaron por aceptarlo como un mal inevitable, tal vez como algo más en aquel paquete de “Todo incluido” que habían pagado.

El Pibe llegó a confesarles a quienes lo escucharon el tiempo suficiente, que estaba “encamotado” de la más flaca de las dos “minas” (que era de contextura normal, mientras la otra era más bien gordita), llamada Martha y le estaba “echando los galgos”. Si lo dejaban hablar un poco más, contaba que estaba a punto de “levantarla”, pero que ella aún dudaba, pues tenía un novio en México que no dejaba de llamarla a todas horas por el celular.

Sentado en la piscina del hotel, observaba a la chica despojarse de sus abrigos y tenderse en una tumbona para intentar broncearse un poco bajo los escasos rayos de un tímido sol que emergía a ratos, para a los pocos minutos volver a ocultarse tras las nubes. Ella le sonreía de lejos y él imaginaba que lo estaba incitando a admirar su bien formada figura, embutida en un minúsculo bikini azul. “Mimosa, mimosa, así vocé me mata…”,  tarareaba en voz baja mientras abombaba las piernas de su short playero con el pretexto de tomar sol en los muslos, pero con la finalidad real de ocultar la potente erección que le había provocado el solo imaginar su cara hundida entre aquel par de senos turgentes que el sostén del traje de baño a duras penas lograba contener.

Fantaseaba con que ella los dejaba libres del sostén y él los recorría con labios y lengua, atrapando con sus dientes los erguidos pezones oscuros, mientras sus manos bajaban por su espalda y acariciaban las nalgas expuestas por el minúsculo hilo dental. Cuando abría los ojos y buscaba su rostro, veía que ella estaba sonriendo (tal vez por algo que la amiga le decía), pero en su mente aquella sonrisa significaba que aprobaba y hasta compartía sus fantasías.

Una noche, al terminar las actividades nocturnas del hotel, un grupo de huéspedes quiso seguir la rumba en una conocida discoteca del lugar. Al ver que las mexicanas se sumaban, El Pibe también se anotó, y cuando, ya en el lugar, Martha le dejó invitarla a unos tragos (también tuvo que invitar a la amiga, pero eso no le importó) y hasta bailó con él un par de piezas de salsa cubana, ya no tuvo dudas de que era plenamente correspondido. Verla moverse tan cerca de él siguiendo el contagioso ritmo caribeño y poder incluso tocarla y hasta pegarse a ella cuando las evoluciones del baile lo permitían, lo hizo sentirse el hombre más afortunado del mundo. “Mimosa, mimosa, así vocé me mata…”, repetía mentalmente, aunque la música que sonaba era muy diferente.

Al salir del local, la gordita estaba bastante mareada para caminar y él de inmediato se ofreció a brindarles el taxi hasta el hotel. Cuando llegaron, la chica apenas se sostenía en las piernas, lo que le dio la oportunidad de ayudar a Martha a llevarla hasta la habitación que ambas compartían y tenderla en la cama. Como ella luego volvió a sonreírle a modo de agradecimiento y se dirigió al baño sin despedirse, El Pibe asumió que lo estaba invitando a quedarse y hasta se tendió en la otra cama para esperarla. Mientras escuchaba el sonido de la ducha, imaginó que ella salía del baño envuelta en una toalla, con la piel aún sonrosada por el agua caliente y pequeñas gotas mezclándose con los dorados vellos de su piel. Al verlo en la cama se acercaba y despojándose de la toalla de un tirón, se colocaba a horcajadas sobre él y con los mismos ondulantes movimientos con que había bailado la salsa casino, iba dejando que su miembro erecto la penetrara, mientras las manos de él aferraban los desnudos y aún tibios senos.

-¿Pero qué carajos haces? –casi gritó la muchacha al salir del baño y verlo allí echado, con el pantalón por los muslos, el interior también abajo y con los ojos cerrados, masajeándose el rígido miembro-. ¡Fuera de aquí! ¡Vete a chingar a tu madre! –agregó, señalándole la puerta.

De cualquier manera El Pibe se puso de pie, logró subirse el pantalón y salió al pasillo, seguido por los insultos de la chica.
-¡Guarro, chaquetero! -todavía la escuchó gritar mientras se alejaba.
“Qué tarado”, se lamentó para sus adentros. “La piba pensaría que me la estaba haciendo solo, sin esperarla. Bueno, a ver si mañana se le olvida y me da otro chance”, se consoló.

Y cuando abrió la puerta de la habitación que ocupaba en solitario, ya repetía de nuevo aquel estribillo pegajoso. “Mimosa, mimosa, así vocé me mata…”.



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miércoles, 19 de junio de 2013

CARACAS ERÓTICA. 1ra entrega: SEÑALES DEL CIELO



Este relato erótico fue posteado inicialmente incompleto y formó parte de un concurso en que los lectores proponían diversos finales. Ahora es la primera entrega de una serie de relatos que llamaré "Caracas Erótica", y que mantendrá a la misma protagonista en diversas situaciones de sexo urbano.




Todavía no podía creer que aquello hubiera sucedido. Menos aún que ella se hubiera atrevido a ser su protagonista. Era de ese tipo de anécdotas que, a pesar de tener una moraleja bien aprovechable y hasta su cuota de humor, uno nunca se atrevería a contársela a sus hijos y nietos, tan sólo por la vergüenza de confesarse protagonista de semejante insensatez. Si se la estaba contando a Sonia, era solo sólo porque seguía tan conmocionada, que si no hablaba con alguien, se moría. “Y tú eres mi mejor amiga, así que, ¿a quién mejor?”.

Eran como las cuatro de la tarde, y Mónica regresaba a casa en el Metro. En una estación se montó un muchacho que enseguida le llamó la atención. “No puedes ni imaginarte lo bueno que estaba”. Se veía que acababa de salir de algún gimnasio o entrenamiento, y no sólo porque usaba short, camiseta y zapatos de goma, o porque aún se le notaba sudoroso. Sus brazos y piernas eran musculosos; su espalda, ancha, y sus pectorales, de tan abultados, casi hacían estallar la camiseta. 

Y no sólo era el cuerpo, su rostro también era digno de ser tomado en cuenta: un par de ojos negros espectaculares, nariz recta, labios llenos y sensuales… Llevaba el pelo, también negro, muy corto y una sombra de barba muy tupida, como de dos días sin afeitar. “Un verdadero atraco. Provocaba irle encima y comérselo a mordidas.

El muchacho se sentó un poco lejos de Mónica, y después de contemplarlo un rato, ella decidió que sería mejor olvidarlo. Con un cuerpo tan espectacular y esa pinta de vivir dedicado a él, seguro no se podría entablar con él siquiera una conversación medianamente inteligente. Pero por más que trataba, no podía quitarle los ojos de encima. Le volvían a él como atraídos por un imán, y a su mente empezaban a llegar imágenes perturbadoras, y unas cosquillas a subirle por el espinazo… “Increíble, me estaba excitando allí mismo, en pleno vagón. Hasta me dio miedo que alguien se diera cuenta”.

Ahí fue que empezó a dudar. ¿Y si lo estaba juzgando sólo por su apariencia? Bien podría estarse engañando, pero, ¿cómo estar segura? Necesitaba una pista, algún indicio. Miró alrededor. El hombre frente a ella tenía un periódico, y hasta pensó pedírselo, para ver si el horóscopo le decía algo revelador. “Sí, sé que fue una idea tonta”. Ya estaba empezando reaccionar de forma inusual y errática, bajo el influjo de la irresistible atracción que aquel hombre ejercía sobre ella.

Fue entonces que, con el rabo del ojo que no había dejado de espiarlo, captó en él un movimiento inesperado. Se volvió. Había abierto su mochila azul marino y de ella sacado… “¡Adivina! ¡Nada menos que un libro! ¿Te imaginas?”.

Un montón de campanitas empezaron a tintinear en la cabeza de Mónica. Si ésa era la señal que le enviaban, no cabía duda: tenía que seguir adelante. Alguien que leía no podría ser tan elemental, aun cuando se dedicara a cultivar el cuerpo. Volvió a mirarlo, extasiada, y cada vez se convencía más. “Si había tenido la suerte de toparme con un tipo, que encima de estar tan bueno, tenía algo en la cabeza, yo no podía perder aquella oportunidad”.

Se dispuso a actuar. Lo primero era llamar su atención, y su reflejo inmediato fue meter la mano en el bolso y sacar su propio libro. Sabía por experiencia que nada atrae más a un lector que otro lector, se crea enseguida una corriente de identificación, que facilita cualquier acercamiento posterior. Ella siempre llevaba un libro en la cartera, si no lo había sacado antes para ir leyendo por el camino, era porque se había distraído precisamente mirándolo a él.

Éste lo acababa de comprar y ni lo había ojeado. Sólo sabía que era una novela erótica y eso también le pareció un símbolo prometedor. Lo abrió y fingió recorrer las líneas, pero de inmediato algo en el texto despertó su curiosidad y terminó interesándose en la lectura. La novela transcurría en el siglo XIX, y justo en ese capítulo, una joven aristócrata se ve junto a un grupo de personas, se trasladaba en un carruaje de un pueblo a otro. 

Con Virginia viajan varias personas, pero toda su atención se centra en un joven que va sentado al lado de la puerta. A juzgar por su vestimenta, es alguien muy humilde, de pueblo, pero a ella le parece excepcionalmente atractivo. Sabe que eso no tiene ningún sentido, pero no consigue dejar de mirarlo. “Es tan hermoso”, piensa. “Y a pesar de sus ropas tan sencillas tiene como un garbo, una elegancia natural... Tampoco sus manos son las de un trabajador del campo, parecen finas y cuidadas y sus ojos irradian nobleza. Probablemente proceda de una familia de linaje, venida a menos. Ni me ha mirado, ¿será que no me ha visto?  No, no puede ser, lo que pasa es que debe sentirse intimidado, y lo entiendo, si yo estuviera tan mal vestida no me atrevería ni a mirar los ojos de un caballero. 

La evidente analogía con la situación en que se encontraba sacudió a Mónica. Era otro indicio de que iba por buen camino. Aunque su lector del metro a ella ni la había notado, y si seguía tan abstraído en su lectura, nunca lo haría. Entonces vio desocuparse un puesto frente al suyo y decidió sentarse allí, para ver si lograba que se fijara en ella.

En ese momento, el tren llegó a una estación. El muchacho cerró el libro de golpe, se paró y salió por la puerta más cercana. Mónica, que ya estaba de pie para cambiar de asiento, ni lo pensó y salió detrás de él. No había oído ni qué estación era, pero qué importaba, no podía perderlo.

Empezó a subir la escalera mecánica, presa entre un mar de gente que no la dejaba avanzar y viendo cómo su mochila azul llegaba arriba, y se perdía de vista en medio del tumulto. Se desesperó. Con tantas señales positivas, no podía ser que se le escapara. “Comencé a rezar como una loca, no, mi diosito no podía permitir que aquella belleza se me escapara”. Cuando llegó arriba, el muchacho no se veía por ninguna parte. Atravesó el torniquete, tomó la salida más cercana y subió toda velocidad la segunda escalera, que por suerte estaba casi vacía.

Ya en la calle, miré ansiosa alrededor. Ahí estaba, esperando tranquilamente el metrobús, otra vez con su libro ante los ojos. “Le di gracias a Dios y… ¡hasta le prometí ir a misa el domingo!”. Se puso en la cola, quedando unas cuatro personas más atrás que él. Desde ahí era imposible intentar nada, no le quedaba más remedio que esperar a estar en el autobús. Volvió a abrir su novela. 

El carruaje ha llegado a un destino intermedio y varias personas se bajan, quedando sólo Virginia y el joven campesino para continuar viaje. “¡Qué suerte!”, celebra ella, “vamos a seguir solos el viaje. Es largo, así que podré observarlo mejor y tal vez hasta logre vencer su timidez. Porque ahora ya tiene que haberme visto, sin embargo, sigue retraído. No es para menos, el cochero ya lo miró con cierta desconfianza al ver que quedábamos solos y le lanzó una mirada como de "cuidado con importunar a la señorita".  Pero ya irá ganando confianza. De eso me ocupo yo. 

Mónica estaba cada vez más emocionada. La similitud se le antojaba casi mágica y ahí fue que tomó la decisión más trascendental del día: seguiría las indicaciones del texto, haría lo mismo que esa chica hiciera. “No me mires así, que parecía muy lógico en aquel momento. Además, ¿qué mejor que la Literatura para servirme de guía?”.

Se apartó unos pasos de la cola y lo contempló, esta vez de perfil. Unas gotas de sudor le corrían por la cara y en ese momento sacaba un pañuelo y se las secaba. Ya empezaban a humedecérsele los muslos, sólo quería correr hacia él y lamer ella misma aquel sudor, que tendría ese sabor entre ácido y salado, como de pepinillos encurtidos… Empezó a temblar y eso ya la asustó un poco. Se sentía fuera de control, capaz de hacer cualquier locura. Hasta le daba miedo seguir leyendo, pues ya sabía que lo que fuera que dijera allí, tendría que hacerlo.

En ese momento el metrobús llegó. Al llegar su turno subió y mientras validaba el boleto, lo buscó con la mirada. Ahí estaba, en uno de los asientos de adelante que van contrarios al resto. Frente a él ya había alguien, pero el puesto diagonal estaba vacío, y Mónica se apresuró a ocuparlo. Hizo tanto revuelo al sentarse, que por primera vez lo vio levantar la vista de su lectura y fijarla en ella.  “¡Qué mirada, amiga! Me penetró hasta el alma, y no sé, pero algo en ella me hizo sospechar que no me estaba viendo por primera vez.

Tal vez hasta había notado que lo seguía”. Volvió a temblar. Aquel par de ojos estaban clavados en ella, es decir, que tenía al fin toda su atención, justo lo que había estado deseando, y ahora no podía evitar sentirse intimidada. ¿Que debía hacer?

De inmediato recordó el libro y lo abrió. Allí tenía que estar la respuesta, además de que le serviría de parapeto contra aquellos ojos, que ya empezaban a ponerla nerviosa. Fingió leer un poco, y al volver a alzar la vista, ahí seguían sus ojos. Esta vez se sobrepuso a su timidez y le sostuvo la mirada. Ensayó una media sonrisa, que él le devolvió mucho más amplia, y con un dejo de malicia en las pupilas. De nuevo se turbó, y regresó a la lectura. 

El coche salta constantemente, por los accidentes del camino, y a cada impacto, los pechos de Virginia se elevan, amenazando con salir disparados de su escote; mientras su vecino, ya menos retraído, no los pierde de vista ni por un segundo. 

En ese momento, el autobús cayó en un bache. Los senos de Mónica rebotaron, y casi se salen de la blusa, cosa que aquellos ojos frente a ella no dejaron de notar. Ahora estaban fijos en sus pechos, que gracias a su camisa escotada y al sostén push off que las empujaba hacia adelante, debían lucir exactamente como los de la muchacha del libro, que impulsados desde abajo por su apretado corsé, desbordaban su escote. “¿Sigues viendo el paralelismo que entre el texto y la situación?”. Mónica estaba cada vez más exaltada, y sentía que no podría detenerse. Siguió leyendo. 

Virginia está cada vez más inquieta. “Sus ojos sobre mi piel me hacen sentir un calor que casi me abrasa, y tengo cada vez más deseos de saltar sobre él, y hundir mi boca en esos labios llenos y sensuales, que se me antojan frutas maduras, listas para ser mordidas. Ay, cómo lo deseo. 

El libro empezó a temblarle en las manos. “Eso mismo era lo que yo estaba deseando desde que lo vi en el tren, lanzarme sobre él y devorármelo”. Sexo, lo que quería era sexo, y aquella muchacha de la época victoriana le estaba dando una lección, era mucho más sincera consigo misma que ella. Se llenó de valor y le buscó los ojos. El deseo en ellos era tan intenso, que otra vez la hizo sentir intimidada. Volvió a refugiarse en la lectura. 

Ya ha dejado atrás su timidez y sus ojos me recorren con una avidez que me asusta, aunque aún no se atreve a dar el primer paso. Lo entiendo, de equivocarse y yo gritar, sería su fin. Ese cochero hasta va armado. Si no actúo yo, la cosa no pasará de este ya tonto intercambio de miradas. Busca los ojos del joven y por primera vez, le sonríe abiertamente. 

Leer eso le dio a Mónica el valor que necesitaba, y alzando la vista, de nuevo jugó a sostenerle la mirada. “Él se enganchó y competimos a ver quién la mantenía más tiempo fija en los ojos del otro”. Pero ambos hacían trampa. Los de él se desviaban invariablemente a su escote, y sabrá Dios lo que pasaba por su mente. Los de Mónica resbalaban por su cuello, siguiendo el recorrido de unas gotas de sudor que se deslizaban por su pecho, e iban a perderse bajo el cuello de la camiseta. “Parecían estar pidiendo a gritos que las detuviera con la lengua”.

Otra vez estaba excitadísima, y entonces se atrevió a ir más allá. Fingiendo rascarse una pierna, se inclinó y sus senos casi se salen de la blusa, ante los desorbitados ojos de hombre. Al incorporarse, le dedicó su sonrisa más seductora, y le hizo un guiño de complicidad. Se sentía de pronto dueña de la situación.

Él entonces buscó en su mochila y sacó un lápiz. Hurgó un poco más y al no encontrar lo que buscaba, por un momento se vio desorientado. Ahí fue que se fijó en el libro y sin pensarlo dos veces, se fue a la última página y, “¡le rasgó un pedazo! ¿Puedes imaginar lo que sentí?”. Nada más el sonido del papel al romperse fue para Mónica como si le dieran una bofetada en plena cara. Empezó a mirarlo con recelo, mientras escribía. Terminó, dobló el papel, extendió la mano y lo dejó caer en su falda.

Ella lo tomó con miedo. Después de lo que acababa de ver, podía esperar cualquier disparate, tal vez algo ilegible, faltas de ortografía garrafales, una sintaxis espantosa. Pero no, la letra era un poco inmadura, pero se entendía bien y todo estaba decorosamente correcto. ‘Me bajo en la próxima parada’, decía, ‘sígueme a distancia, y entra detrás de mí. Te espero al final del pasillo’. Otra vez temblores. Aquello iba muy rápido. Tenía que decidir y se estaba muriendo de miedo. Automáticamente, posó los ojos en el libro. La protagonista, dadas sus circunstancias particulares, había tenido que ser mucho más osada que ella. 

Aprovechando que el sol da en ese momento sobre ella, Virginia se cambia de lugar, quedando justo al lado del joven. Pronto un brusco viraje del carruaje la hace caer prácticamente sobre el regazo de él, cuyas manos la sostienen con firmeza, evitando su caída. Ella se vuelve y lo besa en los labios. Segundos después está a horcajadas sobre las rodillas del hombre, cuya cara se pierde entre sus senos, ya prácticamente fuera del vestido. 

“Ahí sí dije: ‘Al diablo. Si ella en esa época se atreve a dar rienda suelta de ese modo a sus deseos, ¿cómo yo en pleno siglo XXI voy a estar con tantos remilgos?’”. Buscó sus ojos, que la miraban interrogantes y le hizo un gesto de asentimiento. A pesar del alarde de valor, otra vez estaba temblando, y ya no sabía muy bien si era de miedo o de excitación.

Lo vio guardar el libro y ponerse de pie. Al pasar, le rozó a propósito con sus rodillas y ese leve contacto piel con piel le erizó hasta el último cabello. Se quedó inmovilizada, mientras él caminaba hacia la salida del medio y se bajaba. (Hasta aquí llegaba el cuento en la versión incompleta, los finales eran propuestos a partir de este punto)

Se sobrepuso a última hora y bajó corriendo por la puerta de adelante. Ya estaba en la acera y lo veía alejarse. Siguiendo sus indicaciones, fue tras él a cierta distancia. “Ahí fue que las dudas empezaron a atormentarme. ‘¿Qué estás haciendo, loca de remate? ¿Vas a acostarte con un tipo del que ni el nombre sabes?’”. Se detuvo, titubeante, pero entonces su vista se posó en sus nalgas, que se movían rítmicamente bajo el short, y unos fuertes corrientazos en el sexo la impulsaron hacia adelante. Siguió andando. Tenía los muslos tan mojados, que se le pegoteaban, dificultándole caminar. 

Al fin lo vio desaparecer por el costado de una casa. Al llegar al sitio, se detuvo, y miró hacia adentro. Había un largo pasillo, con puertas a cada tramo, y él estaba parado ante la última. Al verla, hizo un leve gesto y entró, dejando la puerta entornada. Mónica acopió los restos de valor que le quedaban, caminó hasta allí, la empujó decididamente y entró. Una pequeña habitación hacía las veces de sala, comedor y cocina; sobre la mesa estaba la mochila azul, pero a él no lo veía por ningún lado. 

Dio unos pasos, sintió la puerta cerrarse a su espalda, y se quedó inmóvil, con el corazón latiéndole a millón. Fue sintiendo su presencia, cada vez más cerca de su cuerpo. Sus brazos la rodearon y sintió la fuerza de su erección contra sus nalgas, mientras su lengua húmeda empezaba a recorrerle el cuello, lo que junto al roce áspero, aunque leve, de la barba, le iba poniendo toda la piel de gallina. Su mano le alzó la falda y metiéndose entre sus muslos, palpó la humedad entre ellos. Ahora también le mordía y chupaba el cuello, la barba ya la raspaba, inclemente, y su cálida respiración junto a su oído se hacía cada vez más rápida. Su sexo (“¡Ay, amiga, aquello nada más al tacto ya se sentía impresionante!”) casi le perforaba el short, buscando abrirse paso entre sus piernas, mientras la otra mano le sacaba un seno por encima del escote, y apretaba el pezón entre los dedos. 

Entonces, de un tirón, la puso de frente, la apoyó contra la pared más cercana y se pegó a su cuerpo. Su potente erección impactó contra la pelvis, de Mónica, mientras su lengua se metía en mi boca. Una mano, otra vez bajo la falda, le arrancó la pantaleta, y unos dedos se perdieron entre sus ya anegados surcos, mientras con la otra iba despojándose del short. Le aferró con ambas manos las nalgas, y elevándose por el aire, la hizo aterrizar justo encima de esa punta de carne maciza, que le atravesó de golpe las entrañas, haciéndome ver luces de colores en toda la habitación, como si de un inmenso árbol de Navidad se tratara. “Ahí entendí a la chica de aquella película brasilera, Yo sé que te voy a amar, ¿tú la viste? La pusieron en la Cinemateca. Ella le dice a su esposo: ‘La primera vez que entraste en mí, yo pensé: es Navidad”. Mónica nunca había olvidado aquel parlamento, pero hasta ese momento no lo comprendió totalmente. Se sentía en las nubes. 

Sin embargo, a pesar de todo lo que había fantaseado que le haría, él no le dejaba mucho margen de maniobra. La tenía prácticamente inmovilizada. Alcanzó a deslizarle la lengua por el cuello apenas el par de veces en que sus rápidos movimientos de empuje me lo permitieron, y metió las manos por debajo de la camiseta, palpando su espalda sudorosa y tratando de alcanzar infructuosamente aquellas nalgas, que sus piernas mantenían fuertemente atenazadas. Ya una violenta ola de placer le subía por el espinazo, mientras él arreciaba sus movimientos, hundiéndose más y más en su interior. 

Al fin lo oyó proferir un sordo, pero desgarrado gemido, que se perdió entre los chillidos que ya se escapaban, incontenibles, de su boca, y que él de inmediato buscó ahogar, en un último y sediento beso, que le absorbió toda la saliva y casi le roba el poco aliento que le quedaba. Se dejaron caer lentamente hasta el piso, donde el cuerpo robusto de él amortiguó su caída, y terminó sirviendo de colchón al de Mónica, aún conmovido y tembloroso. “Sí, ya sé que hasta ahora todo parece estar bien, pero déjame que termine y lo vas a entender todo”. 

En ese momento, Mónica estaba en el cielo. Sólo quería quedarse por siempre dentro de aquellos brazos. Sus manos ahora acariciaban tiernamente todo su contorno, mientras su respiración se calmaba poco a poco junto a su oído. El movimiento se fue lentificando más y más, hasta cesar por completo y su respiración se hizo acompasada. 

Se había dormido, así que Mónica aprovechó para incorporarse y buscar el baño. No había más que una puerta en la sala y la abrió. Había un dormitorio sencillo con sólo una cama personal, una mesa de noche y un pequeño armario. Todo escrupulosamente limpio y ordenado. En una tabla adosada a la pared había algunos libros. Decidió que los revisaría al salir del baño.

Mientras orinaba, vio sobre la cesta de ropa sucia algunas revistas. Tomó una y… (“¿adivina qué? ¡Unas enormes tetas, de ésas bien rellenas de silicona, casi desbordaban la portada!”). Las restantes eran por el estilo, sólo cambiaba la parte del cuerpo en exposición. Sintió una familiar sensación en la boca del estómago. Algo no estaba encajando bien allí. Ella se había hecho de la vista gorda con la hoja arrancada del libro, pero esto ya era demasiado. 

Se aseó de prisa y casi corrió hasta los libros. Allí terminó de espantarse: uno de pasatiempos, un Diccionario Técnico de Biomecánica, y un grueso volumen titulado Principios de defensa personal, junto con (“¡varios ejemplares de la Gaceta Hípica! ¡Qué horror!”) Todavía con un ápice de fe, abrió la mochila que estaba sobre la cama y sacó el libro funesto. Funcionamiento de los músculos del cuerpo humano, leyó. 

Se quedó clavada en el sitio, sintiéndose terriblemente burlada, estafada, violada, mientras el libro se iba deslizando de sus manos, hasta caer al suelo.  “No te rías de mí, que ya bastante me he flagelado a mí misma. Lo que más rabia me daba era darme cuenta de que por querer cogérmelo de todas maneras, me había agarrado de cualquier cosa”. Ni siquiera le había pasado por la mente fijarse en qué libro era el que tenía en las manos. 

 Se quedó unos instantes allí, revolcándose en su decepción, cuando sintió un ruido en la sala. Salió de la habitación y el joven se había despertado y le sonreía, malicioso, anticipando una nueva travesura. Pero Mónica ya estaba muy lejos de allí, o al menos eso era lo que deseaba con todas sus fuerzas. Se puso la falda como pudo, tomó su bolso y salió casi a la carrera, ignorando los insistentes gritos de él, que en vano intentaban detenerla. Las lágrimas corrían por su cara y por sus muslos fluían los últimos restos de semen (“¡no había recuperado mi pantaleta!”), provocándole una sensación pegajosa y desagradable, que casi la hace vomitar. 

Se odiaba a sí misma en ese momento. “Tonta más que tonta, idiota, estúpida… Bien empleado me lo tenía todo, por estar invocando señales del cielo”. Sí, y hasta podía admitir que muchas las había forzado para ver en ellas justo lo que quería, pero algo aún no le quedaba claro, ¿y la novela? Parecía guiarla con tanta exactitud. ¿También la habría malinterpretado? 

Se sentía tan desgraciada, que llegó a la parada junto con el autobús, y ya ni se acordó de dar gracias a Dios por su suerte. Lo abordó, se sentó, sacó su libro y buscó ansiosamente el final del dichoso pasaje que inspirara todo aquello.  

El coche se detiene bruscamente. Virginia abre los ojos de golpe y mira desorientada a las personas a su alrededor. Ve al joven en la puerta, que tan apocado como siempre, se dispone a bajarse. Poco a poco, va comprendiendo lo sucedido. “Lo soñé todo, ¿cómo es posible? Fue tan vívido, tan intenso, y tan hermoso... Pero es mejor que haya sido así. Sin dudas, él no es más que un rústico y ordinario campesino, indigno de que yo pose siquiera mis ojos en él. ¿Dónde tendré la cabeza?”. 

Cerró el libro de golpe. Se quería morir. Toda aquella osadía que tanto la inspirara, no era más que la ingenua fantasía de una jovencita reprimida, que sólo en sueños se atrevió a salirse de su aristocrática coraza. “Y yo tan imbécil, me lancé de cabeza en esa historia, sin medir las consecuencias. Si tan sólo hubiera seguido leyendo un poco más...”. 

Miró el libro, que aún estaba en sus manos. Le provocaba hacerlo pedazos, y arrojarlos uno a uno por la ventanilla… “Pero claro, adivinaste, no lo hice. Yo nunca sería capaz”. Volvió a guardarlo, mientras pensaba que tal vez un día, cuando toda aquella pesadilla quedara olvidada, podría leerlo sin sentirse miserable. 



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En los comentarios abajo han quedado los finales que propusieron los lectores para el concurso, también pueden leerlos, y si se les ocurre algún otro, proponerlo también. O agregar algún comentario cóntándome si les ha gustado y lo que opinan de este personaje, que será también protagonista de próximas entradas.