jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuento erótico: PASE A LA SIGUIENTE CAJA



No tenía por costumbre mirar hacia la cola. Menos aún cuando sabía que tendría que irse y que por esa razón aquellas personas deberían esperar por más tiempo. Se sentía culpable al ver sus caras de fastidio cuando ella colocaba contra el vidrio de la ventanilla el cartel que indicaba que esa caja dejaría de funcionar.

No tenía idea de qué la había hecho mirar justo ese día. Recibió la llamada mientras atendía a un mensajero de esos que hacen un montón de ingresoss y ya la ansiedad se la estaba devorando. Cuando terminó con el hombre y tomó en sus manos la tablilla, un inusual impulso la hizo alzar la vista. Y allí estaba Diego. Era el primero de la larga fila de gente que esperaba su turno.

Probablemente había dejado pasar a varias personas, calculando hasta que le tocara su caja. Pero a Mónica el gerente la había mandado a llamar y ella tenía que irse. Sus muslos estaban mojados desde que escuchara por el teléfono interno la voz de la secretaria, avisándole que él la requería de inmediato.

Siempre que recibía el llamado, tenía que hacer un gran esfuerzo para que el cliente de turno no se percatara de su repentina turbación y también para que los billetes no se escurrieran de sus manos vacilantes. Terminaba la transacción en curso y colocaba el aviso de "caja cerrada". Y casi corría a su encuentro.

Cuando entraba, ya el hombre la estaba esperando junto a la puerta. Pasaba el seguro y la arrimaba a la pared. Ella se colgaba de su cuello, colocaba sus piernas alrededor de sus caderas y cerraba los ojos, mientras él la penetraba con fuerza y sin preámbulo alguno. Nada de besos ni caricias, nunca una palabra ni un gesto de afecto. Pero el goce que le hacía experimentar no era de este mundo.

Todo había comenzado un par de años atrás. El gerente estaba recién llegado y todas sus compañeras comentaban que era guapísimo. La primera vez que Mónica lo vio, tuvo que reconocer que en verdad era muy atractivo, pero en su caso la cosa fue más allá. Cuando sus miradas se encontraron, de inmediato sintió que un extraño pase de corriente se establecía entre ellos y luego una inexplicable inquietud apenas la dejó pegar un ojo esa noche.

Al día siguiente el hombre la mandó a llamar a su despacho. Cuando entró, no lo vio en su escritorio y de inmediato sintió una presencia a su espalda. Ni siquiera le pasó por la mente oponer resistencia cuando unas manos que sabían muy bien lo que hacían desabrocharon su pantalón y lo dejaron rodar por sus muslos que, inexplicablemente, ya comenzaban a humedecerse. La colocó contra la pared y sin contemplación alguna, la penetró desde atrás.

No la besó, ni siquiera en el cuello, a pesar de que podía sentir su aliento tibio en la piel, y sus manos solo la tocaron en el sitio donde aferraron sus caderas para facilitar la penetración. Pero a medida que el hombre se movía en su interior, el placer comenzó a apoderarse de Mónica en oleadas cada vez más fuertes y para cuando lo escuchó jadear cerca de su oído, había alcanzado niveles tan altos que casi creyó perder el sentido.  

Cuando todo acabó, él se apartó, se acomodó la ropa y sin una palabra, se fue a su escritorio. Mónica, aun con las piernas temblorosas por la magnitud del orgasmo, tuvo que reponerse y salir como si nada hubiera pasado.

Después de esa primera vez, la cosa comenzó a repetirse unas dos veces a la semana, aunque siempre variaban los días y las horas, lo que lo hacía bastante impredecible, y por ello, más emocionante. Mónica aprendió a estar preparada. Comenzó a ir a trabajar con falda y cuando recibía el aviso, pasaba por el aseo y se quitaba la ropa interior. Estaba lista.

Nunca supo si sucedía con alguien más de la agencia y tampoco intentó descubrirlo. No amaba a aquel hombre. Jamás se habían visto fuera del banco ni lo echaba de menos en sus vacaciones. Pero él sólo tenía que llamarla y ella acudía sin pensarlo. Hoy era la primera vez que vacilaba. Se preguntó qué sucedería en caso de no ir. Era su último día de trabajo antes de las vacaciones de Navidad y pasaría un par de semanas hasta que nuevamente tuviera oportunidad de estar con él. ¿Y si se molestaba y no la buscaba más?

Eso la preocupaba y no solo por dejar de sentir aquel placer delirante. Aunque no era su motivación esencial, sabía que mientras las cosas siguieran así, su empleo estaba garantizado y también su evolución laboral, aun en aquel ambiente tan competitivo. Había comenzado como operadora telefónica y ya era cajera. Pronto ascendería a promotora de negocios. Y todo eso, a cambio de pasársela tan bien. No, no valía la pena arriesgarse.

El único problema era Diego. Lo amaba y le dolía que aquella relación casi perfecta tuviera que verse empañada por su traición. Él era el hombre de su vida, el que había elegido para ser el padre de sus hijos. Solo faltaba que le pidiera matrimonio. Pero no se decidía. Solía alegar que todavía no estaba listo, que aún tenían que disfrutar más antes de asumir un compromiso tan serio y otros pretextos por el estilo. Ella trataba de no usar esa insatisfacción para aminorar su culpa, pero en cierta forma aquello la compensaba. Así que se tragaba sus remordimientos y seguía con su secreto a cuestas.

¿Qué habría venido a hacer Diego a su banco? Rara vez lo hacía, ni siquiera tenía cuenta allí. Se fijó y le pareció distinguir un cheque en su mano. Seguramente tenía prisa por cobrarlo y aprovechó para saludarla. ¡Qué mala suerte que apareciera justo en ese momento! Porque una cosa era engañarlo a sus espaldas y otra lanzarle en la cara el cartel de caja cerrada e irse a fornicar con su jefe en sus mismas narices. Aunque él no tenía por qué enterarse. En definitiva, ella estaba en su trabajo y bien podía tener una reunión urgente. Pero igual se sentía terrible por hacerlo.

Le quedaban apenas unos segundos para decidirse. A pesar del nerviosismo, no pudo dejar de evocar lo que la esperaba allá adentro, y algo que no era su cerebro terminó de tomar la decisión por ella. ¡Qué diablos! No iba a perderse algo tan bueno nada más por intercambiar unas sonrisas con su novio, mientras contaba su dinero y se lo entregaba. Igual no confesaría haberlo visto y pronto otro cajero lo atendería y se marcharía.

No lo pensó más. Colocó la tablilla contra el vidrio y sin mirar atrás, se esfumó en dirección al baño.

Diego alzó la vista de la revista que leía y notó que la caja de Mónica estaba vacía. “Ni siquiera me vio”, se dijo, encogiéndose de hombros. “Debe ser que aún no es el momento. Tal vez para San Valentín”. Aunque el cajero de al lado estaba llamando al “siguiente”, dio media vuelta y caminó hacia la salida.

Antes de arrugarlo y lanzarlo en una papelera, contempló por última vez el cheque con que había planeado sorprender a su novia esa Navidad. En lugar de su nombre y los números habituales, una frase lo atravesaba de lado a lado: “¿Quieres casarte conmigo?”.


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domingo, 9 de diciembre de 2012

Relato erótico: DIFERENCIA DE EDAD


En medio del calor del entrenamiento, es fácil que suba  la temperatura sexual y la imaginación cabalgue por sobre las máquinas de ejercicio.

Cuando las vio ese día en el gimnasio, entrenando juntas, lo primero que pensó Marcos fue que eran amigas. Era obvio que había una diferencia de edad ─una de ellas era muy joven, no tendría más de 20 años, mientras que la otra estaba entrando en la madurez─, pero no le prestó demasiada atención a ese detalle.

Luego comenzó a intrigarlo el modo en que se trataban una a la otra, a su juicio, demasiado cercano e íntimo para tratarse de una simple amistad. Demasiadas sonrisas, roces y arrumacos, ahí había gato encerrado. Luego vio que la mayor, con expresión de reproche, le acomodaba a la chica el escote de la camiseta deportiva, que se había estirado y mostraba más que lo que era decoroso. Más tarde, cuando se dio cuenta de que él las miraba, puso cara de perro guardián. Sí, ahí tenía que haber algo más.

Las siguió observando, ahora con más disimulo. Las dos estaban en muy buena forma. La madura era inclusive más bonita que la joven, y tenía un cuerpo más voluptuoso, con caderas anchas, cintura estrecha y trasero prominente, si bien no era demasiado pródiga en su parte superior. La más joven tampoco estaba mal, aunque tenía un rostro corriente. Era más delgada y menos curvilínea, excepto por un par de enormes senos que parecían de reciente adquisición y que se empeñaba en mostrar a pesar de los esfuerzos de su compañera por evitarlo. Era obvio que si tenían una relación, la mayor era quien llevaba la voz cantante en ella.  

En un momento en que la chica estaba en un aparato y sudaba a mares, la otra sacó un pañuelo y le secó la cara, con una sonrisa de tanta complacencia, que ya Marcos no tuvo dudas. La más vieja seguramente había seducido a la jovencita con toda su experiencia y la tenía dominada, pero era obvio que a la chica le gustaba coquetear, como a todas las de su edad. De hecho en un momento le pareció que le guiñaba un ojo a espaldas de la otra. Pero a él no le interesaba una simple aventura con una muchacha joven e inexperta, había allí otro filón erótico que lo atraía mucho más.

¿Cómo sería el sexo entre esas dos? Obviamente, la mayor debía ser la que llevara el control y tomara la iniciativa. A partir del momento en que dejó que esa inquietud le entrara en la cabeza, en su mente comenzaron a generarse imágenes donde las veía desnudas y en las posiciones más sugerentes, siempre relacionadas con los ejercicios que estaban haciendo en el momento.

Una de esas fantasías se la sugirió el hecho de que la muchacha usaba una máquina en que permanecía sentada, abriendo y cerrando las piernas. La otra estaba bocabajo en el aparato donde se trabajan los aductores. Mentalmente Marcos las desnudó y acercó, de modo que la cabeza de la mayor se insertaba entre las piernas de la joven ─cuyo rostro, de transfigurado por el esfuerzo del ejercicio pasó a tener una expresión de total éxtasis─, que gemía y abría los muslos de par en par, para luego, siguiendo el movimiento de la máquina, volver a cerrarlos, apretando contra su sexo la cabeza de la otra mujer, cuya lengua se alargaba y recogía al mismo ritmo con que alzaba y estiraba sus piernas en su aparato.

La erección que esa fantasía le produjo obligó a Marcos a buscar una máquina más remota, la única donde quedaba de espaldas al resto de las personas, para esperar que se le pasara, mientras fingía hacer bíceps. Cuando pudo volverse, ya las dos mujeres no estaban allí.

Temió no volver a verlas. Era primera vez que ellas venían al gimnasio del que él era asiduo, sabía que muchas lo hacían solo una vez como prueba y no regresaban. No quería perderlas de vista. Se apuró hacia el vestidor y se cambió de prisa, confiando en que las mujeres son más lentas en arreglarse y cuando estuvo listo, se apostó en la entrada, simulando mirar una cartelera.

Tras esperar un buen rato, en que casi se convenció de que tal vez se hubieran ido con la misma ropa deportiva, vio que salían del vestidor femenino recién bañadas, y tomadas del brazo, intercambiando sonrisas. Mientras ellas se acercaban a la recepción, en su cabeza se dibujó una nueva fantasía.

A esa hora no había mucha gente en el gimnasio, tal vez esas dos habían aprovechado para hacer sus cosas en la ducha y de ahí la demora. Imaginó a la joven desnuda bajo el chorro y a la otra acercándosele de frente, de modo que sus generosas nalgas quedaban en todo su campo visual. La veía llegar hasta la chica y comenzar a sobarle y besarle los pechos mojados, mientras ella echaba para atrás la cabeza, mostrando su placer.

Entonces comprendió que no podía permanecer ajeno y se incorporó a la escena. Se acercó por detrás a la mayor y apretando su sexo contra las poderosas nalgas, la rodeó con sus dos brazos. El derecho lo dirigió hacia arriba, agarrando uno de los pequeños y bien formados senos cuyo pezón sintió duro como piedra, y el otro lo deslizó hacia abajo, hundiendo sus dedos en la tupida maraña que resguardaba su entrepierna. Entonces para su sorpresa, la joven, que le quedaba de frente, se inclinó hacia adelante y le introdujo en la boca su lengua caliente y húmeda, mientras Marcos sentía el trasero de la otra mujer restregarse contra su miembro erecto.

En ese momento oyó algo que lo sacó de golpe de su fantasía. Las dos mujeres ya habían terminado en la recepción y la mayor saludaba a otra como de su edad que acababa de entrar al gimnasio.

─¡Martha! ─oyó decir a la recién llegada─ ¡Cuánto tiempo sin verte!

Ambas mujeres se abrazaron y ya Marcos  comenzaba a imaginar nuevas y fantasiosas ramificaciones, cuando la llamada Martha se separó de la otra y le señaló a su joven compañera.

─Miriam, ven acá, saluda a mi amiga Julia ─se volvió hacia ésta─. ¿Te acuerdas de mi hija, verdad?

La erección, que Marcos estaba tratando otra vez de ocultar, desapareció al instante mientras la tal Julia miraba a la jovencita con admiración.

─Claro, chica, pero mira que pasa el tiempo, si ya es una mujercita…

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